Tú y tus alumnos.
Esos niños y jóvenes que jamás hablan necesitan también una mirada atenta de tu parte. Pueden ser víctimas de un sentimiento de soledad, una timidez paralizante, algún temor, una ansiedad.
O puede ser sólo una característica de su personalidad, un ser tranquilo, reservado, observador.
En cualquier caso, debes darle oportunidades de crecimiento como a todos los demás. Conocer a ese alumno o alumna desde tu perspectiva de adulto y guía, sin incomodarlo ni invadir su privacidad.
No pretendas que sea como los otros, los bulliciosos o “participativos” como aquellos que siempre preguntan o se apuran con las tareas y están prontos a lograr tu aprobación. Quizás aquel también está participando a su modo, escuchándote y tomando nota de todo lo que tú dices. O quizás está lidiando con su vida o sus problemas e intenta superarse compartiendo sus dificultades con tu clase.
Si, es probable que requiera tu atención, tu apoyo, una palabra o una distancia atenta. Mientras trabajan no olvides dedicarle un minuto como a todos los demás o quizás dos minutos a diferencia de los demás.
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